octubre 29, 2025

OPORTUNA CONVOCATORIA

Master OPINION

Cuando el viernes pasado dirigentes, técnicos y jugadores de Peñarol en una reunión privada festejaron la obtención del campeonato uruguayo, tuvieron la poco feliz idea de entonar cánticos que podrían interpretarse como una incitación a la violencia. Tratándose de un encuentro privado, si todo quedaba entre los participantes, no hubiera habido necesidad de la intervención de la Fiscalía. Pero el problema es que se viralizó. Al tomar estado público la casa cambia porque puede llegar a miles de personas, entre las cuales es posible que haya quienes enceguecidos por el fanatismo, con escasas luces y poco control de sus actos, se sientan impulsados a usar la violencia contra quienes no comparten sus preferencias futbolísticas. Todos los asesinatos son tragedias. No hay, no puede haber, razón que pueda justificar tamaña acción. Pero, si cabe, menos razón existe aun cuando alguien muere por ser partidario de un club deportivo, por llevar con alegría una camiseta con los colores de su preferencia. En Uruguay ya hubo varias muertes por esta causa. Una sola hubiera sido demasiado, pero por desgracia no hubo sólo una. Vidas jóvenes tronchadas, familias desechas. Por favor hagamos lo que hay que hacer para que esta barbaridad no se reitere.

El día siguiente al del festejo aurinegro, es decir el sábado 11, fueron las elecciones en Nacional. Al término del escrutinio y proclamada la fórmula triunfadora, también hubo festejos de los ganadores. Hasta aquí todo bien. Pero otra vez se traspasaron los límites y de nuevo cánticos agresivos contra una institución que no tenía arte ni parte en un acto que era propio y exclusivo de Nacional. Tampoco se entiende y menos se justifica. Exactamente los mismos comentarios formulados líneas arriba para deplorar lo ocurrido en Peñarol. Lo triste y lamentable es que en ambos casos había dirigentes. Si desde los estamentos más altos de un club se lanzan, o al menos se toleran que otros lancen este tipo de mensajes, lejos estamos de brindar el ejemplo que debe llegar a sus parcialidades, y por lo tanto lejos estamos de lograr que los campeonatos se disputen con sana pasión y no con enfermiza violencia.

Este último torneo finalizó en medio de un clima de fuertes tensiones. Acusaciones veladas y a veces no tanto de inmoralidades, de enfrentamientos dirigenciales, de poner a árbitros en la picota pública, de sospechar de todo y de todos. No pasó una desgracia, pero pudo haber ocurrido. La pregunta es, si hubiera pasado, quién se hacía responsable, porque la culpa no sería sólo del ejecutante. Las redes sociales son portavoces de los mayores disparates, de expresiones agresivas, de provocaciones. Se impone por lo tanto madurez sobre todo de la parte directriz de las instituciones. Los dirigentes deben ejercer una tarea docente frente a su parcialidad. Lamentablemente no todos asumen ese rol. Peor aún, a veces hablan y actúan como hinchas fanáticos. Así no se conducen instituciones con el prestigio y la prosapia de Nacional y Peñarol.

En este fútbol de entrecasa, con estos clubes que concentran la adhesión de la enorme mayoría de los aficionados, parece que más que ganar, para muchos su disfrute es que pierda el adversario. Para ellos un partido de fútbol no es un juego en el que se puede ganar, empatar o perder, sino poco menos que la razón de su vida. Este año el punto era que si Nacional ganaba el torneo alcanzaba el tricampeonato. Entonces las presiones, las desconfianzas estaban a la orden del día. De unos para lograrlo, de otros para impedirlo. Poca gloria para instituciones que otrora tenían otra proyección internacional y merecían el respeto fuera del país del que hoy carecen.

Por todo ello aplaudo la decisión del fiscal que convocó a unos y otros. Según expresó su intención no era la de formalizar a ninguno de los citados, sino llamarlos a responsabilidad. Es claro que la situación excedía lo meramente deportivo. Por ello comparto la decisión del fiscal. Citación oportuna, necesaria. Confiemos en que tenga el efecto buscado.