octubre 2, 2025
Master Escribe Cardozo

Por menos que a la gente le interese qué va a pasar con el Uruguay en los años venideros, si a cualquier persona se le pregunta qué quiere para el futuro de esta nación, va a contestar que quiere un país en serio, aunque no se tenga una clara idea de lo que se quiere decir con esa expresión. ¿Somos éso? ¿Vamos en camino de serlo? Por cierto que las respuestas difieren. Si lo vemos desde el punto de vista histórico institucional, hay que afirmar que sí lo somos porque nuestra pequeñez territorial no ha sido óbice para que el orbe entero admirara nuestra democracia y la continuidad, pocas veces interrumpida, de nuestras instituciones. Desde la reconquista de la Democracia hemos votado cada cinco años y así lo vamos a seguir haciendo. No conocemos a nadie que quiera lo contrario. Es lo primero que se destaca en todas partes y eso se debe, entre otros factores, al inmenso amor a la libertad que demostró siempre este pueblo.  Con eso nunca se ha transado y todos somos responsables de dicha continuidad.  Con esa regularidad hemos enfrentado las crisis que nos ha tocado vivir y de ellas salimos de cabeza levantada. Asimismo, tenemos bien ganado el galardón de cumplidor de las obligaciones contraídas con los organismos internacionales, lo cual importa y mucho. Pero, por otra parte, lo que no nos está haciendo bien es la corta visión que tenemos en algunos temas que, por sus características, no tendrían que ser objeto de tantos debates sino que deberían convertirse en políticas de Estado. Uno de ellos, para poner un ejemplo aunque hay muchos más, es la educación sobre la que no parece tenerse en claro a qué apunta y adónde se pretende llegar. Los diferentes gobiernos dan virajes que marean y en reiteradas ocasiones, la última ratio no se divisa. No podemos pedir un parlamento inmaculado, porque no hay ciudadanos que revistan esa condición. En cambio es posible pedir que los representantes de la sociedad se aboquen a temas verdaderamente serios, que por cierto hay muchos, en lugar de detenerse en nimiedades que ni le agregan ni le quitan al país. Para otras naciones, doscientos años de vida independiente no significan demasiado. Para nosotros debería significar mucho, ya que estamos cumpliendo estos dos siglos en la vigésimo primera centuria de la Era Cristiana en la que nadie nos está esperando; es más, a muy pocos les interesa si existimos o no.  Es bueno preguntarse qué fue lo que hicimos en todo ese tiempo y si llegamos o no a alguna meta. ¿Es bueno el balance de dos siglos? ¿Cuáles son los logros de los que nos podemos enorgullecer? Tenemos todo para avanzar y si eso no se produce es porque no se ha podido conciliar las voluntades políticas; es hora de ir dejando las puntualizaciones personales y trabajar en conjunto como lo hacen las naciones que todos, nosotros incluidos, consideran importantes. La calidad de la vida de los uruguayos continúa estando desafiada. Si bien hoy día hay más sectores sociales que acceden con determinada holgura a bienes y servicios, es evidente que aún nos queda un trecho largo por recorrer. Todavía hay muchas trabas para los que se la quieren jugar en serio y a esa gente, la que está dispuesta a ir para adelante, la necesitamos imperiosamente. Haciéndole el camino un poco más llano nos permite ganar a todos. Y de ganar se trata.