marzo 22, 2025
Master Escribe Cardozo

Ya he hablado sobre este tema, pero mucho de lo que se está diciendo hoy día me conduce a hacerlo nuevamente. Pido permiso, señores. Resulta lógico que el Uruguay no tenga un relato oficial sobre las causas y las consecuencias del golpe de estado que ocurrió hace medio siglo. Mientras haya intereses políticos de por medio, los que siempre van a existir, las opiniones van a ser diversas. La objetividad no paga demasiados dividendos en estos asuntos y a los historiadores de prestigio se los toma como fuentes de donde emana agua que los interesados saborizan a gusto y gana. Nadie afloja un tranco en defender su postura porque, de esa forma, defiende su lugar en el sistema. Hay una famosa teoría llamada «de los dos demonios», cuyos cultores buscan, no sin lógica, demonizar a los dos bandos que estuvieron en pugna. «Fue una guerra», dicen, y «los militares se vieron en la obligación de reprimir a quienes causaban la conmoción interna y, de esa forma, frenar el avance tupamaro», agregan. Entiendo que a quienes piensan de esa forma les asisten razones. Pero tengamos en cuenta que una cosa es restablecer el orden social, quebrantado a sangre y fuego, y otra muy distinta aprovechar el momento de confusión de un pueblo para encaramarse en el poder sin tener un solo voto de respaldo. Un conocido periodista del matutino El País ha agregado un elemento al debate, al cual, él mismo, denomina «el tercer demonio»: el propio pueblo uruguayo, «la ciudanía que no comprendió el valor de la Democracia». El transcurso del tiempo nos ha mostrado una realidad y es que los uruguayos rechazaron pacíficamente y con mucha seriedad el golpe de estado. La inmensa mayoría del pueblo no quería la violencia viniera de donde viniera y pretendía que alguien pusiera el orden que estaba faltando, lo que se tradujo en la aspiración de una salida en paz como finalmente ocurrió. No podemos concebir a una ciudadanía cómplice; Vivir en paz y que dicha paz sea protegida por el Estado es un derecho inalienable. Pero de ahí a formarse la idea de una apatía generalizada de toda la población en el entendido de que no le importaba demasiado lo que estaba sucediendo hay un abismo. Si las cosas hubieran sido de esa manera, cuando los uruguayos tuvieron la ocasión de volver a expresarse, en el plebiscito de 1980, le habrían brindado el apoyo al proyecto constitucional de los militares o, al menos, no habrían concurrido a votar cosa que algunos querían en aquel momento. Se perdió la paz y con ella se extravió la tolerancia; sin ambos sustentos la Democracia no demoró en caer. El propio Che Guevara había expresado en el Paraninfo de la Universidad que «la Democracia uruguaya era la más auténtica de América Latina y que en este país no estaban dadas las condiciones para emprender la lucha armada. Lo dijo el Che, que fue el ícono de los guerrilleros. De todas formas, aquellos iluminados que consideraban «burguesa» a nuestra Constitución, se alzaron en armas, abriéndole las puertas de par en par a los otros iluminados que cuestionaban el sistema. Dos mesías que nunca habían sido esperados por este pueblo que poco sabía sobre la Guerra Fría y la Revolución Cubana. En ocasiones me he preguntado cuánto hemos aprendido de lo que pasó y si la lección del tiempo está fresca en nuestra memoria. Elijo creer que sí aprendimos. De todas formas, por todos lados surgen brotes de intolerancia y de descalificación a los adversarios que abonan el descrédito de la actual actividad política. Tengamos mucho cuidado porque hace apenas medio siglo, lo cual son unos pocos renglones de historia, con esa clase de actitudes, comenzaba un período triste para el Uruguay. Así comenzó. Y ya sabemos cómo terminó.